Mi no maldición particular

No, de esta no paso, esta es la definitiva.

Que siempre he ido de bueno por la vida -demasiado bueno, diría yo- y así me va.

Nos conocimos hace cinco o seis años. No me acuerdo exactamente de dónde ni con quién estábamos pero la situación no se volvió a repetir. Fue un poco como una alineación planetaria, como un 11 del 11 del 11 pero en 2008. Ah, ¡ya me acuerdo! El 8 del 8 del 8. Un día particular, con mucha rima (muy lograda y rebuscada) y mucha guasa. Tú venías de la playa y no paraban de fijarse en ti. No te habías preparado para la ocasión pero dentro de ese ambiente tan particular y tan provinciano tú destacabas. Aunque no venías de un St. Tropez o las Bahamas… venías de un sitio tan casposo y antiguo como Marbella. ¿Qué sería? Ah sí, ese moreno que me llevabas, que parecías tener parentesco con alguien de algún sitio debajo del Sahara.

Cierto y verdad es que yo cuando te vi sabía que eso (tu atractivo de entonces) se pasaría pronto y realmente no me caíste demasiado bien… pero, maldita sea, te conocí un poco y al final de aquél verano me derrumbé del todo.

Paradojas de la vida, yo entonces era una pieza más o menos cotizada y no iba a ser menos. Me repetí a mí mismo delante del espejo (y no suelo hablar delante del espejo) que no te diría nada, que esperaría un tiempo pero apareció él. Y con él te quedaste.

Él a los pocos meses te trató como un pañuelo desechable (no soy de poner marcas) y en lugar de tragarte tu solita tu error a la hora de elegir viniste hacia mí. Y ahí estaba yo. Que también pude hacer como que no te conocía o qué sé yo… pero no soy así. Muchas veces cuando se habla de solidaridad se dice que se haría con cualquiera pero bien sabes que no se ve en mí la imagen (ni los actos) de una persona solidaria. Pero no sé si sería por interés, por pillar tu lado vulnerable, por mantener mi imagen de buen tío ante los demás y tus (dos o tres, no todas) pérfidas amigas, caí.

Te aprovechaste de mí un tiempo, como pañuelo y como ¿recurso de emergencia? ¿Tan mal estabas? Ahora empiezo a pensar que pudo ser así, que en el fondo no querías ni tocarme con un palo pero claro, como él estaba allí y lo veía todo pues seguramente se sentiría seguramente celoso.

¡Eso era! Ha pasado el tiempo, te fuiste con él a 400 kilómetros de aquí y lo penúltimo que supe de ti es que te ibas a casar. Pobre de ti si me llegas a invitar.

Eso es lo que digo pero seguro que al final hubiera ido y todo, porque me marcaste. Poco después de eso me enteré de que te dejó por esa muchacha (algo más joven que tú) de su oficina que entró de becaria hace como cuatro años, ¿te salen las cuentas ahora?

Cuando me envalentono me acuerdo de la letra de esa canción de Julio de la Rosa y la canto de principio a fin en mi cabeza. «Que lo sufras, que ya es hora. Y si escuece, que te jodan». Pero sé que me costará decirte que no.

Nunca es lo que parece

«No estaba mal» pensó. Realmente la vida no le iba del todo mal. Aquel día 15 empezó como siempre: un despertador en modo molestador a las 6 de la mañana. Muy temprano, quizá, pero lo suficiente para que diera tiempo a arreglarse, quitarse las barbas y parecer todo un señor… el trabajo lo requiere siempre. También ayudaba a que el camino en coche (el transporte público en esta nueva ciudad brillaba por su ausencia) al trabajo fuera lo más placentero posible. Él ponía en su radio siempre la misma emisora, en la que el locutor apenas hablaba… era un mero acompañante de las canciones. El día anterior escuchó «Heroes» de David Bowie y hoy tocaba «Heroin» de The Velvet Underground. No era una canción precisamente agradable para empezar el día pero la balanza entre el bien y el mal le decía que ya nada podía ir peor.

El trabajo le iba bien. Bueno, como siempre. Con las presiones típicas pero pensaba… si fuera ultra-placentero sería un hobby, no un trabajo. Muchas sonrisas y muy buena actitud al teléfono, al fin y al cabo el que está al otro lado es el que te da de comer. Un sandwich, una cerveza sin y un café cortado. Un «qué tal todo pues tirando» con un interlocutor que parecía ser que no estaba muy interesado en lo que le contaba. Total, a él le pasaba más o menos lo mismo.

La vuelta no era como la ida. El atasco era inevitable y la emisora de la mañana ya no le ponía la música de la mañana. Afortunadamente podía escuchar vía Bluetooth su (exigua, eso sí) colección de música almacenada en su móvil. Treinta vueltas a la manzana para aparcar, la historia de cada día… y antes de subir a casa un vistazo al buzón: solo facturas y publicidad que no interesaba a nadie. «¿Cuántos árboles se malgastan para esto?» alguna vez lo pensaba pero otras veces lo decía en voz alta. Como había ganas de llegar, subió los escalones de dos en dos. Años atrás lo hacía de tres en tres pero … los años y las rodillas no perdonan.

Lo primero era tumbarse un rato en el sofá a reflexionar. Hoy no le venían pensamientos -ni buenos ni malos- a la cabeza y eso le parecía positivo. ¿Cómo podía ser positivo un vacío emocional? Para él lo era. Qué remedio, ahora tocaba cenar… y eso que no tenía demasiada hambre. Tocaba alimentarse mal, con lo que sobró de la cena de la noche anterior. 

Y ahora ¿qué? Era viernes. ¿Salir? Su vida no era especialmente emocionante. «Conoces a mucha gente» le decían algunas veces. Pero al final de cada día no podía dejar de sentirse solo pese a estar rodeado de gente casi a todas horas. Había tenido ya un par de relaciones no demasiado afortunadas ese año. Ninguna pasó de los tres meses de duración. «Será que soy demasiado exigente» era lo que se decía siempre. Al final todo se resumía en que esa conexión que tanto se parecía a eso que tanto buscaba no era más que un afecto pasajero o no, simpatía, ¿pena? Mejor no pensar, pero «si no se actúa nada va a mejorar». De todas formas, «con ella todo será diferente».

Después de pasar por la ducha y de acicalarse como hacía siempre antes de tirar para la calle recibió tres o cuatro mensajes muy apresurados en el móvil. «Tenemos que vernos. Ayer no pudo ser pero hoy ya nos vemos sin falta» decía. «¿Qué se habrá roto? ¿Qué le pasará tan urgente?» pensó. «Ha tenido toda la semana para hablar conmigo y no ha dicho ni mu».

¿Ahora cómo le explicaba que había quedado con amigos y que entonces era imposible ir a verla? «No pasa nada si no vienes», le respondió. Sí que pasaba. Después de un rato de cena y charla más que agradable a ella aún no le había escrito preguntando por su situación. «No te preocupes, aquí sigo, ven cuando puedas» ¿Qué más podía pasar? Llamar era imposible, rodeado de tanta gente. Tocaba escaparse unos minutos y buscarla para preguntar qué pasaba. La última vez que sucedió le echaron la bronca sus amigos. «No entendemos que nos abandones por una tía. Además lo que haces luego nunca sirve de nada, vas a seguir solo.» Él pensaba que no era así, que como siempre, sería la definitiva. Conectaron genial desde el principio, hablar con ella más que placentero, su sonrisa no era la más bella que recordaba pero estaba bien («¿qué más puedo pedir?» se resignaba). En fin, no era la mujer perfecta pero sí era SU perfecta. Y ahí estaba el gran defecto, él siempre creía que la actual iba a ser la definitiva. Que algo que una noche funcionó iba a funcionar siempre. Él no era idealista, era lo siguiente. Pero de la manera más utópica posible: él creía que no solo podía tocar el ideal con las yemas de los dedos… no, él podía coger el ideal más perfecto y hacerlo suyo siempre.

Al llegar al punto de encuentro ella ya no estaba allí. «Perdona, me he tenido que ir. Te debo una» le escribió.

«Me debes millones ya. Esta va a ser la última vez que sepas de mí.» Lo dijo pero no lo escribió (menos mal, no estaba para guerras ahora). Un nuevo fracaso. En esta ocasión un plantón en toda regla. ¿Con qué cara iba a volver con sus amigos? Hizo mutis por el foro como tantas otras veces, esperando mejor suerte… «Quizás tenga más suerte y me regalen otra vida, a ver si me regalan un vale por esta canción de Second».